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Notas Iplac Don Jorge, un Latinoamericano para el Mundo.

La muerte del Papa Francisco es un acontecimiento crucial, de una magnitud y alcance todavía imposibles de magnificar. Fue Jorge Bergoglio el primer Pontífice latinoamericano de la Historia y un hombre inteligente, culto y comprometido con su fe y con sus ideas. Su trayectoria – muy vasta y rica – fue la de un pastor, la de un líder espiritual sutil y eximio. Benedicto XVI – Joseph Ratzinger – era un intelectual brillante, teólogo y filósofo; el papa argentino en cambio sabía mucho de política. Transformó valores y principios en hechos tangibles y palpables. Sagaz, oportuno y diplomático, nunca cayó en estridencias ni en gestualidades desbordantes.

Era jesuita el Santo Padre. Miembro de una orden cuyo instrumento principal fue la política. Los miembros de la Compañía de Jesús siempre miraron el poder con gran inteligencia y pragmatismo; supieron jugar en el escenario internacional sus cartas, teniendo conflicto no sólo con sus enemigos declarados – musulmanes y protestantes – sino con los reyes cristianos y con la Curia vaticana. Estuvieron en América, pero también en África y en Asia – particularmente en China – y concibieron el mundo como un escenario estratégico, abierto a múltiples posibilidades. Dieron misioneros doctrinarios, líderes espirituales y hasta guerreros. Son y fueron un poder en el seno de otro mayor; siempre críticos, díscolos e inquietos. Una estirpe de luchadores infatigables.

Esa mirada del mundo, cultural y geográficamente situada, se proyectó hacia el orbe desde Latinoamérica. Buscaba la concreción – como el Papa mismo lo dijera muchas veces – de llevar a la práctica el sueño de la Patria Grande, acariciado por José de San Martín y por Simón Bolívar. Llenó el continente de obispos y de curas que recogieron en pleno siglo XXI las enseñanzas del Concilio Vaticano II, trabajando en ciudades y en pueblos con dedicación, amor y compromiso. Salieron de los templos y de los dogmas para dialogar con los pueblos y con las naciones. Eso dio esperanzas en la reconstrucción de una Iglesia convocante y activa.

También el Papa Bergoglio fue discípulo de un gran geopolítico uruguayo: Don Alberto Methol Ferré; ex Secretario General de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM), profesor universitario, escritor y ensayista de gran talento y profundidad. Aprendió del tipo sencillo y amable que era Methol mucho de su ideario y de su visión sobre el mundo y nuestra región, incluso esa sencillez campechana para explicar lo complejo. Una evangelización política de los pueblos y de las naciones, antimperialista, ecuménica e integradora de credos, culturas y razas.

El mensaje del Pontífice fallecido puso al trabajo en el centro de la reflexión teológica y catequética, como articulador y ordenador de las comunidades nacionales y como motor de la vida económica y familiar de los pueblos. Siguió una doctrina que el Vaticano II difundió e hizo carne de la mayoría de los curas y religiosos de base. La aguda profundidad de Jorge Bergoglio puso en cuestionamiento la riqueza surgida de la financiarización y de la usura, apostando por el esfuerzo, el trabajo y el desarrollo como vías para el progreso y la felicidad humanos.

La defensa de la Tierra como base de ese crecimiento armónico y equilibrado fue un puntal de toda su prédica evangelizadora. En un continente acostumbrado al saqueo y a la rapiña surgió un sacerdote valiente y comprometido, que puso bajo la luz pública al capitalismo voraz y despiadado. La “Ecología de Francisco” estuvo en línea también con la tradición ecuménica del Evangelio y con la concepción cristiana de la creación y el origen del universo; la universalidad de los bienes, la intangibilidad de la naturaleza y el uso responsable de sus frutos por toda la humanidad.

El Papa Francisco fue un pastor y un líder que supo decodificar los desafíos de un mundo lleno de conflictos y violencia. Pidió siempre la paz, la conciliación y el diálogo. Su prédica en contra de la guerra y la defensa del derecho del pueblo palestino a tener un Estado y vivir con justicia, en un sistema internacional equilibrado y justo, es loable. Lo es también su posicionamiento disruptivo y poco ortodoxo. Lo es también el compromiso con los que son víctimas inocentes del racismo y la discriminación.

Nadie puede negar la trascendencia de la obra realizada por Francisco en materia doctrinaria, pero menos en el aspecto político-institucional de la Iglesia. Más del 70 % del Colegio Cardenalicio que elegirá a partir del 5 de mayo al nuevo Papa fue nombrado y elegido por Bergoglio. Los sectores conservadores y tradicionalistas han quedado en minoría, y es esperable que el futuro vea florecer un proyecto evangélico que continúe la obra del Pontífice desaparecido, al menos en sus líneas maestras.

Vamos a extrañar a Don Jorge. Argentina puso al primer Papa latinoamericano. Su dirigencia – al menos a nuestro juicio – resultó incapaz de usar en beneficio del pueblo y de la Nación el lugar estratégico que este hombre ocupó a lo largo de doce años. Un asunto que involucra a todos los sectores y corrientes políticas. Un fracaso colectivo inocultable. Otra oportunidad desperdiciada por cortedad de miras y por ausencia de perspectiva estratégica. Queda su obra y su ejemplo, y un mensaje esperanzador para quienes luchamos todos los días por la justicia social.