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Notas Iplac ¿Cómo es y Cómo Piensa la Nueva Derecha?

Silogismos y Gestualidad Desmesurada, en Tiempos Postmodernos.

Se habla de auge de la “Nueva Derecha”, y sentimos que esa caracterización de los tiempos actuales, es demasiado pobre y simplista. ¿Por qué? Quizás porque quiere decir mucho, para terminar, no diciendo nada. Queda claro, no obstante, que hay en el ambiente una cierta hegemonía del “Pensamiento Libertario o Anarco Capitalista”; y que sus ideas nada tienen que ver con los autoritarismos europeos de los años treinta y cuarenta del siglo XX. Sus fuentes ideológicas, están en los principios básicos del “Liberalismo Económico” de las Islas Británicas; particularmente en ese texto tan poco leído, que fuera: Teoría de los Sentimientos Morales, escrito en 1759, por Adam Smith. Más contemporáneamente, las encontramos en los opúsculos dogmáticos y simplistas de Friedrich Hayek, Gordon Tullock, James Buchanan, Robert Nozik y Mancur Olson.

La “Nueva Derecha” no es, ni una novedad, ni la “heredera del Fascismo”; puesto que no es "Nacionalista”, ni es “Populista”, sino “Globalizadora y Meritocrática”. Tampoco tiene lazos firmes – excepto en España – con el “Integrismo Católico” – más allá o más acá del Opus Dei – porque es laica y levanta un “Materialismo” puro y duro, acompañado de una ostensible ausencia de valores éticos. Claro está, el “Liberalismo” del siglo XXI, defiende a ultranza, el interés privado como plataforma para el desarrollo individual y social. En una palabra, promueve el “Egoísmo”, oponiéndolo a la “Solidaridad”, en un extraño contubernio entre “Nihilismo y Pragmatismo”. Diríamos, que su arbitrariedad y su impostura, son las del libertino irreverente, que escupe ostias en los bautismos, con el sólo fin de solazarse con el sufrimiento del cura y el escándalo de los feligreses. Representa una caricatura, de aquel sofista que, en casa de Sócrates, dijera muy suelto de cuerpo: “- La Justicia es lo que le conviene al más fuerte”.

Quienes conforman sus escalones de dirección, a diferencia de sus añejos primos liberales clásicos, son personas portadoras de una ausencia total de sentido crítico; fundamentalistas del “Mercado” e inquisidores implacables de todos los discursos que no se ajustan a eslóganes y balbuceos cientificistas. Creen en la potencia de una lógica fría e inhumana, carecen de matices y modelan un mensaje binario, dual, imbuido de concatenaciones silogísticas. Como Fray Tomás de Torquemada, llevan su Fe “a extremos poco cristianos”, porque no pueden violentar la rigidez de planteos deducidos a priori desde principios generales. Hay en ellas y en ellos, algo de predicadores fanáticos, pero sin un compromiso con el otro, al que consideran un peligro, un costo o un competidor. Aristóteles estaría sorprendido del uso que hacen de las “reglas del buen pensar”; aunque, seguramente, los estaría mirando con sorna, por su impostura y extravagancia.

La falta de valores trascendentes, es la piedra de toque de su “Dogmatismo”. Siguen el sendero de aquella inmoralidad típica de los futuristas italianos anteriores a la llegada de Benito Mussolini; sin su idealismo fresco y esperanzador. Son amorales y están despojados de toda inhibición ética, ya que no se permiten ni la piedad, ni la misericordia. Su maldad es ideológica, asumida con orgullo, como signo de un carácter que se presume firme y decidido. Portan una ampulosidad que alarma a la mayoría de los progresistas democráticos, muy acostumbrados a poner en un altar los buenos modales y el cinismo pudoroso. Es por eso que consignas demagógicas y hasta pueriles, resultan empáticas para muchas y muchos en las sociedades mediáticas del siglo XXI. Al ser brutales, resultan convincentes, insuflando en el corazón de las personas de a pie, una respuesta frontal y clara, al resentimiento y la bronca, que deriva inevitablemente, en odio.

Y a propósito del impacto masivo de ésta ideología dogmática entre la población de todos por países de Occidente, habrá que poner de manifiesto, antes que nada, la disolución de las organizaciones representativas. En ellas, se ha impuesto un Yo desmesurado, que desarrolla “vínculos anómicos con los otros”; tal y como lo viera hace ya muchos años, el gran ensayista español Salvador Giner. Las mujeres y los hombres de hoy, no están contenidos al interior de estructuras colectivas que les den amparo y certezas. Viven en un aislamiento hijo del repliegue sobre sí mismos, que refuerzan mecanismos de comunicación hipertécnologizados; no pudiendo contrastar unos mensajes simplistas y absurdos, con la complejidad y los matices que toda vida comunitaria, lleva implícitos. No hay voces alternativas organizadas, en las que apoyarse para palear la angustia y la soledad. Se vive solamente acompañado de la frustración y la impotencia.

La falta de templanza, “los gritos en el aire…” de los que hablara John Maynard Keynes para referirse al Nacional Socialismo, impregnan las conciencias, tan solo porque funcionan como respuesta – más voluntariosa que práctica – ante la falta de solidaridades empáticas entre los seres humanos. Las “identidades difusas, dan origen a lazos difusos”; así como los discursos altisonantes, terminan traduciéndose en acciones brutales. Juan Domingo Perón hablaba de las “Organizaciones Libres del Pueblo”, cuando pensaba en un orden alternativo a los propuestos por el “Individualismo Liberal y el Colectivismo Marxista”. Pero ocurre, que ese Mundo de la segunda postguerra, ya no existe; se ha ido. Hay hoy una crisis civilizatoria, ensamblada con otra de carácter ético, generadas por la vertiginosidad del cambio al interior del sistema capitalista globalizado.

Las fuerzas políticas y los movimientos sociales que dicen oponerse a las “Nuevas Derechas”, también abrevaban en una gestualidad banal, que abjura de las identidades demasiado fuertes. Por temor al ostracismo cultural y al aislamiento, copian ese sentido demasiado modesto de la vida, que tenían los hombres cultos de la “época victoriana”; atemorizados ante la lógica rigorista de una ideología estructurada en torno a principios abstractos de una coherencia poco común, optan por “andar descalzos y en puntas de pie”, mientras el adversario exhibe sensualmente sus músculos. Un camino que conduce, inevitablemente, a la derrota.

Lo que está amenazada, es, nos parece, una manera de ver el Mundo poco realista, incapaz de enfrentar con energía y determinación, la amenaza que se cierne sobre valores que, en otros tiempos, parecían indiscutibles. La “Derecha Libertaria” no tiene límites éticos, porque – lo repetimos – como los sofistas, cree en el mérito de la lucha implacable y en la selección de los mejores a través de la competencia. Su superioridad actual, es el resultado de la debilidad de los justos, que aceptan la derrota y corren detrás de la presa, mientras tratan de no molestar al amo, con irresponsables imposturas.

Ernesto Guevara propuso, quizás sin darse cuenta, la clave de las luchas futuras, al afirmar con convicción su “Fe inquebrantable en el Hombre”. Así como los partidarios de las derechas, buscan en los sofistas sus fuentes de inspiración; las izquierdas y los nacionalismos populares necesitan retornar al viejo método del “Humanismo”, que confía en la capacidad de los seres humanos, para construir un Nosotros, que trascienda el egoísmo, para transformar el Mundo con un claro “sentido de Justicia”. Hay que superar la idolatría del oportunismo, por una “ética de la Solidaridad”, y por la confianza en el otro como espejo de uno mismo. Viejo tema que habrá que reactualizar, adaptándolo a los tiempos que corren. El resto es pirotecnia, fuegos fatuos, hojarasca que la vida misma arrastrará con su inercia bienhechora.

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